martes, 28 de mayo de 2013

Mi texto para SAUNA revista de arte #29: "Seúl, un lavadero clandestino y el chico más lindo del mundo"

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Seúl, un lavadero clandestino y el chico más lindo del mundo
Reflexiones sobre cine, cortos y arte
por Mariano Soto

Still de la película Tiro de gracia, de Ricardo Becher, 1968. Sergio Mulet como Daniel

La cámara de Becher va, viene, vuelve y se detiene, regodeándose en la belleza de Daniel, en la geografía de su cuerpo y en su estupendo rostro varonil. La sangre corre en tropel hacia allá abajo, donde la animalidad del cronista se despereza. El deseo físico y la admiración por el par son los principales vectores, ahí donde se funden el poseer a un hombre con el querer ser como él, porque se lo admira.
El personaje de Daniel está personificado por el actor Sergio Mulet, protagonista y a la vez guionista de la película Tiro de gracia; porque, además de ser sexy, este chico escribía guiones de cine, canciones y poemas.
Sobre el final de la película, en una de las últimas escenas y en el último de los flash-in que la caracterizan, vemos un desierto árabe en el que tres beduinos evidentemente violentos, tropiezan en medio del árido paisaje con un Daniel atado a un poste, casi desnudo, en una imagen claramente emparentada con la iconografía sansebastiana, tan ligada al imaginario gay. Las risotadas de los beduinos y el cuerpo yacente de Daniel, al final de la escena, nos permiten imaginar lo ocurrido. O fantasear con ello.

¿Qué hace de esta película filmada en 1968 y estrenada un año después, una pieza absolutamente contemporánea o, como dice un blog de cine visto por ahí, que parezca “hecha hoy a la mañana”? ¿Qué la hace tan atractiva aún cuarenta y tantos años después? ¿Qué la volvió una pieza de culto?
Una de las respuestas posibles tiene que ver con la época a la que pertenece y a la que retrata: los últimos años de la década del ´60 son el punto álgido del siglo 20 y, de algún modo, el molde en el que está vaciada nuestra vida actual. Representan el quiebre de un paradigma y de un modo de ver y entender la vida y el mundo. No casualmente, son a la vez un punto de inflexión artístico y estético, donde se generan lenguajes, discursos y tensiones nuevos, o más bien donde fraguan definitivamente, otros que venían operando desde una o dos décadas atrás. Cambios, evoluciones, revoluciones, trastocamiento de roles sexuales, quema de corpiños, Stonewall, religiones orientalistas, lucha de clases y de todo tipo de minorías por su reconocimiento, procesos de descolonialización.
Signo de una época –una irrepetiblemente fértil y optimista- Tiro de gracia pone en primer plano la representación de un nuevo tipo de individuo: un “hombre social” urbano, fragmentado, individualista, insatisfecho, solitario. Y joven.
Narrativamente ligada a Kerouac y la generación beat -por ese jamming de imágenes inspirado en el cool jazz de los ´50-, con momentos emparentados a Antonioni, Buñuel y Fellini, la obra resulta contemporánea hasta los tuétanos. La mirada sobre la mujer –independiente, sexualmente activa y desmelenada-, la ambigüedad homoerótica que flota por momentos en el aire y la libertad desolada que se respira todo el tiempo la vuelven vigente, aunque, por momentos, acuse inevitablemente los detalles que la circunscriben a su momento.
Ricardo Becher, su director, estuvo ligado siempre al mundo del arte. Hasta el último día de su vida. Fue uno de los fundadores, casi a los ochenta años, de un movimiento artístico: el “Neo expresionismo digital”, una techne que opera saturando colores y forzando imágenes a través de medios electrónicos, y que él mismo puso a prueba en su última película, El Gauchito Gil: la sangre inocente, de 2006. Para fines de los ´60, era allegado al mítico Instituto Di Tella, y en Tiro de gracia, hay un fondo ligado a las artes plásticas de modo contundente. El pintor Alfredo Plank es uno de sus protagonistas, y se interpreta a sí mismo, como  un amigo inseparable de Daniel. Lo mismo el artista y escenógrafo Roberto Plate, quien, en ese mismo año ´68, grafiteó los baños del Di Tella con leyendas provocadoras que hicieron que la policía clausure la muestra. También hacen de ellos mismos los legendarios intelectuales y críticos de arte Oscar Masotta y Carlos Espartaco. Se habla varias veces de éste último y de su “reciente” libro, citando, incluso, una frase en la que Espartaco juega con el final de la idea hegeliana de “consciencia desgarrada”.
La potente música de los flamantes Manal, una Susana Giménez morocha e ignota y una platinada Perla Caron previa al éxito de Mosaico, aportan más colores de época que la vuelven invaluable, no ya como documento histórico –o no sólo como tal-, sino más bien como muestrario de los modos de representación de sí misma que tuvo la comunidad bohemia e intelectual del Buenos Aires de la época. Becher representó a su círculo tal cómo se veía a sí mismo o, mejor, como quería verse idealmente. Para lo cual no resulta un dato menor el hecho de que el cineasta proviniese del mundo de la publicidad.

En esta misma línea interpretativa, pondré sobre el tapete dos cortos presentados recientemente en el BAFICI, obra de dos jóvenes artistas contemporáneos argentinos, que pueden resultar reveladores.
Sebastián Elsinger y su Going Places, y Germán Ruiz con Un día y Domingos.
En el caso de Elsinger, hay varios puntos a tener en cuenta. Fue alumno de Ricardo Becher en la FUC – y esto era desconocido por el cronista a la hora de decidir emparentar ambos artistas en esta nota- y los dos solían tener largas conversaciones sobre arte por ese entonces, mientras Elsinger estudiaba, además de cine, pintura en el IUNA. Los dos cortos que tiene hechos hasta ahora este artista, salieron del laboratorio de cine de la Universidad Di Tella… y el círculo se cierra. No obstante, los trabajos de Elsinger tienen un aura distinta; cierta melancolía y sordidez lejana pero latente, muy goddardianas, flotan en la atmósfera de sus obras. En el caso de Going Places, estamos ante una historia mínima apoyada en uno de los grandes temas universales: el amor contrariado. Filmada en Seúl, Corea del Sur, con actores coreanos y hablada en coreano, resulta una extraña traspolación que no deja de producir un feliz asombro. Para más, es una historia sobre inmigración –el chico dejó Seúl por Estados Unidos cuatro años atrás- pero, además, funciona como una ironización –acá sí, muy al estilo Becher- sobre procesos migratorios cruzados: un artista argentino residente en Buenos Aires, ciudad con una gran comunidad coreana de origen migratorio, cuenta una historia de amor coreana en coreano, convirtiéndose él mismo en migrante y trasplantado. Una operación interesante y que aporta otra capa de sentido, así el cruce haya sido intencional o fruto de alguna eventualidad azarosa. 
La historia está bien resuelta y, estéticamente, es aséptica, pero muy bella a la vez. Imágenes limpias, con medios o primeros planos de una cámara en mano que se mueve con el pulso, este detalle nos sitúa en un lugar casi clandestino, de asistir a una imagen robada, intimista, que funciona muy bien. El paisaje visto desde el tren al comienzo –con los únicos 30 segundos de música que tiene el corto-, los neones de color de la Seúl nocturna y las fotografías fijas que llaman directamente a la propia producción fotográfica de Elsinger –el cesto de basura de color en el piso- son los mejores momentos estéticos de este corto.
Por otra parte, y también salido de las entrañas del lab de los Di Tella, Un día, de Germán Ruiz, gana en imagen general y en fotografía fija, respecto al guión, al clima y a las actuaciones de su corto, que termina resultando una especie de juego de amigos adolescentes, aburridos un sábado a la tarde. Acá la representación de sí mismos –o de sus pares generacionales en el contexto compartido- tiene el tono de una sucesión de clichés de las microhistorias: una perra guardada en un bolso para hacer compras de super sin sentido, un lavadero clandestino y chicos solitarios, frikis pero con onda –o eso es lo que ellos creen- como raros habitantes de una ciudad abstracta e impersonal, este sí un dato bien veraz y contemporáneo. La excepción la pone el muy porteño carrito de choripanes en el que se detiene a comer –vestida de diva- una preciosa Valeria Licciardi.
En el caso de Domingos, el acierto de Ruiz es significativamente mayor. Un mensaje de texto en primer plano, un viaje en tren con destino al barrio familiar y la casa paterna plagada de perros entrañables y chillones, resulta la operación inversa a la pretenciosidad del corto anterior: una acuarela simple y cotidiana, vuelta Odisea sólo por poner el ojo y la intuición en el mismo lugar. La cámara subjetiva –que acompaña la voz de Germán- nos pone en el lugar de protagonistas de un encuentro íntimo familiar pero social a la vez, desnudo, desprovisto de artificios o forzamientos de actitudes, y ese es un aporte decisivo. Varias imágenes fotográficas potentes –la del perro marrón en el sillón blanco es hermosa- y el final nocturno, formateado con música al mejor estilo Tiro de gracia, son de los puntos más altos.
Para terminar, lanzo la piedra y escondo la mano, de cara a reflexionar sobre cómo los artistas argentinos representan en imágenes cinematográficas su comunidad y entorno y, por ende, a sí mismos. O mejor, como quieren que los vean. Si los chicos guapos y sensibles y las chicas desmelenadas y sexuadas de Becher se veían a sí mismos en el ´68 como actores de un momento trascendente, intenso y vivido individualmente pero a la vez con idea de conjunto; temo inferir que los chicos de Elsinger y Ruiz se vean como víctimas de la atomización psicológica social, la histeria amorosa y la conformidad con lavar la ropa en un lavadero clandestino o con reír –tristemente- bajo los neones de color en la noche de Seúl.

Still del corto Going places, de Sebastián Elsinger, 2012

martes, 21 de mayo de 2013

SAUNA revista de arte - Proyecto que llevamos a cabo junto a Dany Barreto, Juan Batalla, Guido Ignatti, M.S. Dansey y Charlie Goz. Salió el #29!


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http://www.revistasauna.com.ar/03_29/tapa.html

SAUNA #28: Néstor García Canclini entrevistado por Juan Giribaldi y fotografiado por Lucero González. SAUNA revista de arte: Pensamiento a 110°

miércoles, 24 de abril de 2013

Muestra que armé sobre Fontanarrosa para la 39° Feria Internacional del Libro en Buenos Aires


Mañana inaugura la 39° Feria del Libro en Buenos Aires. Este es un trabajo que hice para la Feria: una muestra gráfica sobre la figura de Roberto Fontanarrosa como escritor, de la que realicé la selección del material y el diseño museográfico. Con producción y colaboración de Guido Ignatti.
Vayan a la Feria y espero les guste la muestra, centrada en sus procesos de trabajo literario, en algunos dibujos inéditos y con algunas fotos de su vida.


jueves, 18 de abril de 2013

Mi texto para SAUNA revista de arte #28: "El problema es la pintura"


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"El problema es la pintura", sobre Mariana López en Schlifka Molina
por Mariano Soto


El vuelo de la remera blanca, como imagen, suena altamente poética y evocadora.  Bien cinematográfica, tanto que casi podemos ver ondear el rectángulo de algodón blanco, recortado sobre el azul de un cielo toscano, en un paisaje bucólico como de Bertolucci, quien, dicho sea de paso, planteaba muchas de sus escenas como pinturas clásicas.
Y ahí se cierra la elipse, porque la muestra de Mariana López en Schlifka Molina es de pintura. Y va sobre la pintura. Y Mariana López es pintora y hace de ello su credo.
Obras, tema y discurso versan sobre los alcances y la posibilidad de romper –aún- con los límites que la pintura pueda seguir encontrando.
Una mirada a su producción anterior pone de manifiesto que esta artista atraviesa un proceso de depuración en el que se vale de cada vez menos recursos, o de recursos menos espectaculares. Si recordamos las escenas hiperpobladas de sus obras de unos años atrás –enanos velazqueños, autos chocados, soldados totalitaristas, todo en dulce montón - y las comparamos con su producción actual, podemos sentir que López está asentada. Reconcentrada. Que cambió el caos demográfico y narrativo anterior por una dirección mucho más sutil, y, aunque no lo parezca a simple vista, mucho más compleja a la hora de interpretar y de hacerse preguntas.
La muestra tiene dos momentos, dos situaciones distintas, en las que se apela a diferentes motivaciones pero con resultados, también, desiguales.
En la sala que da a la calle, con una amplia vidriera que permite ver desde el exterior, está la prima donna de López: un objeto extraño, ambiguo, de grandes dimensiones, casi como una ballena azul varada en pleno Palermo Soho. Se trata en realidad de lienzos de gran formato, pinturas azules con motivos geometrizados en la misma línea cromática. Las telas envuelven algo que yace en el piso de la sala, sin que sepamos nunca a simple vista de que se trata. Esta es la pieza más inquietante y misteriosa de la muestra, y aunque juega con lo corpóreo y el concepto de instalación, la clave está en los dos grandes lienzos pintados al óleo. Lo que están cubriendo se torna secundario aunque el acicate por verlo revelado sea inevitable. De hecho, la obra incluye un momento cuasi performático o de acción, en que la artista –a través de un sistema de roldanas construido a tal fin- levanta un par de metros las pinturas revelando parcialmente el interior. Abajo aparece un sillón curiosamente tapizado entre otros objetos embalados en plásticos como para una mudanza. Tras su apariencia de re-versión de Christo, esta pieza funciona como una metáfora sobre la pintura y el objeto encontrado. La revancha de la pintora sobre la pos producción y el ready made, cubriéndolos, quitándolos de la vista.
Alrededor, en las paredes, tres lienzos colgados del reverso. Todos tienen idéntico corte prolijo, circular, premeditado. No hay nihilismo ni gestualidad. Es una operación limpia, con un destino claro. Estas piezas son de una gran belleza; desde el revés de la tela y su trama, hasta el anverso vuelto hacia afuera por el tajo fontaniano: lo que queda revelado es un motivo decorativo de mantel, pintado en azul sobre blanco, como un azulejo Pais de Calais imitado artesanalmente. Imperfecto, lindo pero tosco. Tiernamente patético. 
Hasta aquí  la muestra va por el andarivel de la ambigüedad, lo latente, lo inacabado o deforme, y las preguntas que deja flotando resultan interesantes por que plantean un enigma que no terminamos de develar nunca -mucho más allá de la anécdota del bulto escondido, claro-. Todo el conjunto funciona como un disparador múltiple, y el goal se ve reforzado por la sobriedad de los recursos visuales utilizados para ello. La lectura es particular y de conjunto.
La otra parte de la muestra, en la sala siguiente, juega (y esto es literal) con temas pictóricos muy concretos: el trampantojo, el ilusionismo, la traspolación de la pintura al objeto, las citas al arte clásico.
La cortina pintada sobre la pared a escala natural, es un trampantojo (o trompe-l'œil, para los que sepan pronunciarlo) contemporáneo. Y uso este término porque si bien se trata de una pintura hiperrealista, tiene un grado de tosquedad expresionista que la identifica claramente con cierta estética de este momento histórico. Y con la estética del trabajo de Mariana López en concreto. No obstante, siendo que el engaño visual se produce efectivamente, fundiendo los límites entre realidad y representación, la cortina tiene DNI de trampantojo a todas luces. Juega, incluso, con la cita a una cortina que Agatarco pintó para una obra de Esquilo. Lo escenográfico también está presente, aparece como guiño, y es un elemento que López planta a sabiendas en su trabajo. Hablamos de Agatarco, y ahora recuerdo los pintores de escenografías y diseñadores de “tramoyas” del teatro popular español del 700. López no se cansa de jugar y de citar. No es fresca, pero uno termina advirtiendo que es marcadamente lúdica.
Alrededor de la cortina una serie de objetos componen una instalación pintada y objetual que satiriza, dándola vuelta como un guante, la instalación con objetos encontrados. El juego de espejos es variado en ironías y ramificado, porque López pareciera decirnos (y el texto curatorial de Ezequiel Alemián es revelador al respecto) que la pintura en sí, no ya la representación, sino sus materiales más clásicos: óleo y lienzo, pueden salvarlo todo. Todo vuelve a su lugar, pero sólo porque pudo salirse de él.
Sobre el suelo, dos tachos de pintura, unas remeras plegadas, una cesta llena de pomos de pintura, varias biromes Bic y algunos sobres de carta. Nada es lo que parece. No hay papel, ni plástico, ni mimbre, ni industria. Hay lienzo y óleo, nada más. Que se salieron del plano y se volvieron objeto. La representación como una Alicia tras el Espejo.
Pero aquí es donde, también, se produce un cortocircuito: es tal el verismo de estos objetos creados que uno puede llegar a tomarlos por reales si no los toca –cosa que un museólogo, por condicionamiento Pavloviano, nunca hace-. Es por eso que acá el chiste ilusionista, el juego de espejos, la cita al canon clásico, se desinflan un poco y pierden fuerza.
Y hacen falta dos para el tango, dicen.


La muestra El vuelo de la remera blanca,de Mariana López, puede visitarse hasta el 27 de abril en la galería Schlifka Molina, Gorriti 4829, Buenos Aires.


lunes, 18 de marzo de 2013

Mi entrevista al CVAA para SAUNA #27: "Hacéle click a Berni"


Hacéle click a Berni
Entrevista a Adriana Lauria y Enrique Llambías por el  Centro Virtual de Arte Argentino (CVAA)
por Mariano Soto


Enlace directo a la revista SAUNA:
http://www.revistasauna.com.ar/03_27/06.html

Adriana Lauria y Enrique Llambías. Foto: Adriana Miranda (artista ganadora del premio Petrobras 2010)

¿Cómo nace el Centro Virtual de Arte Argentino (CVAA)?

AL: El CVAA nace en 2002, como un proyecto de nuestra autoría. Por ese entonces Silvia Fajre era subsecretaria de Patrimonio Cultural y Telerman Secretario de Cultura. Silvia vio que andábamos dando vueltas por ahí con el proyecto, se puso a estudiarlo y le gustó. También tuvimos el apoyo de Ana María Battistozzi, que entonces era la asesora en arte de Silvia Fajre.

¿La idea está pensada con un concepto de Enciclopedia?

AL: Sí, empezó un poco como un intento de museo virtual, porque ambos veníamos de trabajar en museos, y era como para hacer las muestras que siempre habíamos querido hacer. Y por otro lado también con la intención de poner en valor el arte argentino, darle dimensión. Después, con el correr del tiempo, con el ir haciendo dossiers y con la aparición de nuevos contenidos, nos dimos cuenta que trabajábamos más como editores y con la lógica de una enciclopedia, que con la de un museo.

¿Y nunca se les ocurrió armar una muestra virtual pero más allá del discurso académico, juntando distintas obras y artistas con un concepto curatorial estético, por ejemplo?

EL: Al principio pusimos en práctica algo así; la sección llamada Actualidades, que estaba destinada, en su concepción, a muestras transitorias, es decir, a tener cinco o seis meses ese contenido online. Luego desaparecería y sería reemplazado por otro. Pero las cosas se dieron de otro modo: cuando iba a bajarla la gente de sistemas nos dice -¿Para qué lo van a bajar? Déjenlo y pongan otro. Y ahí se convirtió en un dossier. Pero sí, ese es un proyecto que está pendiente de hacer. Lo que pasa que nos urgen otros temas, como completar los ítems importantes y ponerlos online.

AL: Sí, y que necesitan de continua actualización. El dossier en cuestión era de Cristina Schiavi,y fue hecho en 2003… pero Cristina ha seguido produciendo, imaginate. Así que hay que estar muy atento a actualizar contenidos. Por ejemplo, en lo que estamos trabajando ahora es en el Grupo Cayc, y la autora es Graciela Sarti. Pero del grupo del Cayc, Horacio Zabala tiene ya un dossier en el CVAA. En este caso lo vamos a plantear cruzando la información: cuando se abra el dossier de Horacio Zabala va a aparecer un link que diga Grupo Cayc. Es para aprovechar toda la información.

Esa es una visión muy pedagógica.

AL: Sí, los dos somos profesores.

Les interesa, entonces, que el CVAA sea básicamente una herramienta cognitiva y de formación.

AL: Sí, decididamente lo pensamos así.

EL: Básicamente es una herramienta cognitiva, pero que tiene doble función: informar y preservar. Porque si nadie sabe que existe una obra determinada, y los dueños de esa obra-sea el Estado o un particular-la pierden o se les deteriora, esa obra se pierde para siempre. Pero si existe un conocimiento de su existencia, un registro, esa obra está de alguna manera un poco más preservada.

AL: Sí, lo pensamos también como una “preservación” aunque sea de la imagen, por el hecho de guardar ese registro ya la estás preservando de algún modo.
Igual, la presencia de la palabra y de la información es muy importante para el CVAA, y es porque justamente esa es la diferencia con una muestra de museo; allí la presencia de la obra resulta ineludible. Nosotros, en cambio, tratamos de mantener un equilibrio, tener imágenes para que haya una idea de las obras y de lo que se está diciendo de ellas. Pero la palabra y el dato son lo fundamental.

También hay interpretación, porque hay críticas.

EL: Sí, por eso también buscamos que haya diferentes autores, esa es la idea por la cual invitamos a otros profesionales, el que no haya una sola voz.

AL: Porque en un momento dado éramos nosotros todo el tiempo, así que nos pareció importante abrir el juego y convocar otras miradas.

EL: Otro aspecto que intentamos subsanar con nuestro trabajo es promover la revalorización de algunos artistas o movimientos con menos prensa, o que habían sido relegados históricamente. Y eso es algo que siempre ocurrió;yo trabajé en el museo Sívori muchos años, desde mediados de los´70, y estaba allí cuando se hizo la investigación sobre Arte Concreto, y por entonces hacía dos décadas que casi no se hablaba de Arte Concreto. Hay temas que van quedando en segundo plano unos cuantos años –a veces décadas-, así que resulta vivificante echar luz sobre esas zonas oscuras.

AL: Sí. Y el coleccionismo suele presentar el mismo síntoma. Lo que pasó con el Arte Concreto es muy interesante, cuando Nelly Perazzo hizo el seminario y después vino la muestra, creo que en el año´80, recién ahí hubo gente que se dio cuenta que era un interesante producto de colección, y hoy por hoy, fijáte lo que valen las obras de Arte Concreto argentino. Incluso en el mercado internacional

EL: Cuando yo llegué al Sívori en el ´74 no se hablaba de Arte Concreto para nada, y no se hablaba desde hacía mucho… es más, te diría que desde mediados de los´50.

AL: Se hacían exposiciones conmemorativas, justamente: la aparición de la revista Arturo, los veinte años de… y así sucedió con otros movimientos también; al Informalismo le pasó lo mismo. Recién cuando López Anaya sacó el libro en 2003, el movimiento cobró la dimensión que merece dentro de la Historia del Arte local. Y eso que alguna gente seguía insistiendo en esa parte histórica, por ejemplo Kenneth Kemble, que tenía juicio crítico, escribía y tenía acción como curador, aunque él nunca se lo atribuyó.Y otro caso es el del Surrealismo argentino, que comúnmente se divide entre dos aguas: o que todo es surrealista o que en realidad en Argentina el Surrealismo no existió, existen esas dos afirmaciones antagónicas, pero…¡te juro que hay un término medio! jajaja. Tenés, por ejemplo, un artista muy importante de la tendencia, que es Roberto Aizemberg, pero que a la vez es completamente anacrónico al momento histórico del Surrealismo, no obstante ¿que duda cabe de su importancia para la Historia del Arte Argentino? Y además el tipo es surrealista porque hasta el último día de su vida utilizó como método para la creación de sus obras el automatismo psíquico. Cuando Aizemberg hizo la muestra en el ´69,  hay una cantidad de obras que son abstractas y geométricas; de ahí que lo ve Aldo Pellegrini y dice
–Esto es Abstracción Metafísica. Y es cierto, porque no es la misma geometría de los concretos u otros del mismo estilo.

¿Piensan que estos desencuentros son un mal local o algo que sucede también en otros países?

EL: En todo caso son un fenómeno de la Modernidad, donde la sucesión de vanguardias iba oscureciendo lo que quedaba atrás.

AL: Es general. En la década del ´70, siendo estudiante, yo leía bibliografía que era muy proclive a las vanguardias históricas y echaba un manto de oscuridad sobre, por ejemplo, el Simbolismo. Todo lo que tuviera un talante de factura figurativa y académica, todo eso quedaba relegado. De los simbolistas el que se salvaba era Odilon Redon, porque era como más moderno. Estudiábamos con bibliografía francesa, alemana, inglesa, y esa zona de fin del siglo XIX y principios del XX era minúscula. Y eso sucedió en la bibliografía pero también sucedió en el mercado: a los simbolistas  los hicieron surgir cuando ya había menos piezas del Impresionismo dando vueltas.
Otro caso similar es cuando desaparecen del mercado todos los Braque y los Picasso del período cubista. Dejan de estar en circulación porque habían sido comprados casi todos, ya fuera para colecciones particulares o públicas. Entonces ahí se empezó a rescatar a los demás, a los llamados “pequeños maestros” –caso de André Lothe, por ejemplo-. Y empezaron a aparecer en los remates, cosa que antes no ocurría, ya que sólo encontrabas a Braque, Picasso y Gris, que también tenía mucha demanda. Eso es un fenómeno que ha ocurrido siempre y que sigue ocurriendo. Y en todas partes.

Además de los artistas del siglo XX, al cual hacen llegar hasta fines de los 90 (con gente como Ballesteros, Liliana Porter o Liliana Maresca) en las biografías incluyen ya algunos artistas contemporáneos y jóvenes. ¿Con qué criterio van a ir incorporando más de estos artistas al CVAA?

AL: No sé, eso es más complejo y obedece a otra dinámica. Te podría decir que no hace falta que un artista tenga hechas muchas exposiciones, por ejemplo. Sería más fácil pensarlo desde el sesgo temático, tal vez. Si tuviéramos que desarrollar una temática determinada, bueno, veríamos que artistas contemporáneos la representan. Por ejemplo, yo co-curé la muestra de Arte de Santa Fe (Programa Argentina Pinta Bien) y ahí nos manejamos circulando por universidades, por talleres, viendo obra, saliendo “al campo”. Había una lista pero además contactamos a varios conocidos preguntándoles por alumnos o chicos que ellos vieran con potencial, y ahí, por ejemplo, apareció un chico de 24 años, Ariel Trevisán, por recomendación de Carlos Herrera. Un chiquito que hasta el momento tenía dos muestras, una colectiva y una individual, y lo pusimos, porque estaba muy bien en la producción. Y seguimos conectados, cada tanto me manda algún archivo con lo que está trabajando. Y eso está buenísimo. Lo evaluamos con el comité curatorial y estuvieron de acuerdo. Otros no quedaron… esto es así.

EL: En algún momento cercano tendremos que empezar con lo más actual y le pondremos algo así como “un panorama parcial del siglo XXI”…

AL: Claro, eso se viene. Ya son doce años. Volviendo a tu pregunta: también me gusta ver qué me cuenta una obra, y cómo me lo está contando. También hay veces que lleva tiempo, que de movida la obra de un artista no te genera interés y poco a poco la vas comprendiendo y vas entrando. Y no te lo digo desde la perspectiva histórica, porque yo empecé a hacer mis primeras curadurías y textos en el Rojas, cuando discutíamos, en el seno de la facultad, qué tenía que ver el Rojas con el arte y con la Universidad de Buenos Aires. Me acuerdo de discutir con una colega de ese momento por si un paper entraba o no entraba por tratar un tema de algo hecho en el Rojas. Yo entonces dije –Se llama arte contemporáneo y se puede estudiar porque ya sucedió. No es una entelequia que va a suceder sino que es algo que ya tuvo lugar.
Ahora eso cambió radicalmente, pero en los ´90 aún estaba fraguando.

¿Y cómo fue elegir los artistas históricos seleccionados?

AL: Muy difícil. Para el panorama del siglo XX, que lo hice yo, fue un parto, y lo mismo le pasó a Laura Malosetti, al elegir los doce artistas del siglo XIX. Fue gracioso, porque me vi a mi misma reflejada un tiempo antes. Laura me llamaba y me decía que no podía elegir sólo doce. Yo le decía: -Laura, ¿sabés lo que me costó a mí hacerlo con el siglo XX, que son muchos más movimientos y artistas?  Jajaja. Igual, siento que podría cambiarte de artistas u obras todo el tiempo, posiblemente yo elegiría otras cosas hoy y Laura probablemente también.

Al Siglo XX lo hacen terminar con Liliana Maresca.

AL: Bueno, eso es algo que yo defendí mucho en ese momento. Yo la quería poner a toda costa a Maresca, pero aún no le había llegado la legitimación y el reconocimiento que tiene hoy día. Pensá que recién en 2004 fue el homenaje que le hace el Rojas, y en 2008 la muestra en el Centro Cultural Recoleta.


¿Existe la posibilidad de que las imágenes de las obras sean de mayor tamaño? Creo que eso los potenciaría mucho visualmente.

AL: Sí, sí, estoy de acuerdo con eso, porque nosotros ahora tenemos más competencia de imágenes, cosas que se ven notablemente mejor, aunque, repito, para nosotros el contenido teórico es primordial. Igual hemos tratado de subsanar eso poniendo detalles de las obras, por ejemplo. Cuando Enrique empezó con esto –es él quien maneja la parte técnica- había más conexiones dial up que banda ancha, esta no estaba aún tan generalizada. Y tampoco la banda ancha de entonces era tan potente como puede ser ahora. Es cierto también que nosotros tenemos una infraestructura de personal y técnica bastante limitada. Con estos recursos que contamos hoy agrandar todas las imágenes nos llevaría mucho tiempo.

EL: Y está el problema de la estandarización. Porque cada tanto se cambia de lenguaje de programación, incluso ahora mismo estamos ante la inminencia de un cambio. En el CVAA tenemos unas 9 mil imágenes cargadas, cambiar el tamaño actual de 500 pix de ancho implica cambiar el tamaño de cajas y muchas otras cosas. O cambiar todo el sistema.Habría que estudiarlo bastante. Por ejemplo, así como tenemos en papel el libro de Norberto Gómez o del Grupo de París, tenemos veintidós libros virtuales adentro del CVAA. Ergo: el libro de Gómez equivale al dossier de Gómez. Mejorado y actualizado, pero en su volumen editorial equivale al dossier. Tenemos veintidós libros-dossiers, así que imagináte que demanda mucho trabajo y recursos humanos y tiempo el hacer esos cambios. Claro que nos gustarían imágenes más grandes, pero cuando nosotros salimos hace diez años, el monitor estándar era de 800 pix de ancho.
Y a veces también se plantea el problema de que las imágenes que conseguís son chicas, por ahí tienen 400 pix y nada más, y tampoco tengo posibilidad de fotografiar el original: por ahí tengo un archivo que me mandaron, ponéle, del Museo de Salta con 400 pix y no tengo otra cosa. Lo puedo estirar hasta 500 sin destruirlo, pero no más. Y entonces se daría que tengo una imagen chiquita de una obra de Berni y otra gigante de una obra de Quinquela, por ejemplo, entonces es un criterio de estandarización estética el que utilizo, aunque Adriana me pelee y no esté de acuerdo conmigo en esto… jajaja. Por ejemplo, ahora con la incorporación de lo del Cayc va a haber cantidad de imágenes en blanco y negro, porque las obras no existen más, las publicaciones de la época están en blanco y negro, y por ahí hasta son malas publicaciones que no se escanean bien tampoco.

¿Piensan sacar más libros impresos?

AL: Eso depende de que nos autoricen fondos o no, y también de la filosofía que se tenga al respecto. Por ejemplo, en el caso de Josefina Delgado (Subsecretaria de Cultura) le encanta lo virtual pero también le encantan los libros, así que nos dijo:
 -Acá tienen una partida para libros…¡hay que usarla! Esto nos lo dijo en octubre y teníamos que gastarlo antes de diciembre… así que fuimos a los piques, no elaboramos algo para un libro, sino que adaptamos lo que había de contenido virtual a una publicación. Y para alguna gente que no le gusta lo virtual está genial; uno tiene colegas a los que les cuesta la cultura digital, o que les impone mucho más respeto una publicación impresa.

¿Por qué no incluyeron fotografía en el CVAA?

AL: Es una deuda, sí. Nos encanta la fotografía contemporánea, y los históricos también: Coppola, Stern, Annemarie. Hay un libro de Travnik sobre Annemarie que es revelador.
También estaría buenísimo mezclar artistas de distintas épocas, como hice en la muestra de foto performance de Fundación Klemm, que iba desde Gastón Pérsico y Nushi Muntaabski hasta Marta Minujín y David Lamelas. Esa mezcla me gusta mucho, y todos se divirtieron mucho de estar juntos. Está buenísimo mezclar los históricos con los jóvenes y ver cuáles son las líneas que conectan, porque unos y otros son contemporáneos… algunos de ellos de 70 años, pero son contemporáneos... jajaja

EL: Asumimos que tenemos una deuda grande con la fotografía, lo tenemos presente y lo tenemos pendiente, incluso una historia de la fotografía, porque las que hay están como dispersas, una historia que abarque la Modernidad y el ingreso de la fotografía moderna a ésta, me parece ideal. Vos mirale las fotos a estos tipos hoy y te morís, son súper interesantes.


 Onofrio Pacenza. Frente al río

El Centro Virtual de Arte Argentino (CVAA), es idea y realización de la Lic. Adriana Lauria y del Profesor Enrique Llambías, y depende de la Subsecretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Ministerio de Cultura: http://www.buenosaires.gob.ar/areas/cultura/arteargentino/?menu_id=15602

viernes, 4 de enero de 2013

Mi texto para SAUNA revista de arte #26: "Close up de una reina desfigurada"

Enlace directo a la revista:

"Close up de una reina desfigurada"
Poética y trabajo de campo en la obra de Zarina Bhimji
por Mariano Soto


Yellow patch, Zarina Bhimji, 2011

Yellow patch (algo así como mancha amarilla) es una enfermedad que puede aparecer en el césped durante los meses de clima frío. El síntoma de ese mal es, justamente, esa mancha amarillenta, circular, en forma de anillos, que da un aspecto de deterioro al verde parquizado de, por ejemplo, un jardín público, o una cancha de golf. Una mácula que resuena al paso del tiempo y sus secuelas. Al olvido.
La muestra de Zarina Bhimji en el Centro de Arte De Appel, en Amsterdam, también se llama Yellow patch. Pero acá el deterioro no viene por una enfermedad botánica, sino por las conductas humanas que pueden ser, también, un claro tipo de enfermedad.
Zarina Bhimji proviene de una familia hindú, pero es nacida en Uganda, África. Y la familia entera tuvo que exiliarse en Inglaterra a principios de los años ´70, cuando la dictadura de Idi Amin expulsó a todas las personas de origen asiático que allí residían.
Como una especie de Mia de las artes visuales, Zarina es una muy contemporánea mistura étnica y cultural entre Oriente y Occidente, centro y periferia, dominantes y dominados.
Nominada al Premio Turner en 2007, y con una retrospectiva que le dedicó la Whitechapel de Londres a principios de éste 2012, su producción artística de estos últimos años está construida sobre un formato denominado videoinstalación, aunque es un estupendo cruce entre fotografía, cine, video arte, pintura y documental.
Lo más interesante de la obra de Zarina es el resultado entre la operación artística y el objeto/producto final. La suya es una obra predominantemente visual, fuertemente estética, e incluso emotiva. No obstante, lejos está de alinearse en el automatismo, el expresionismo o la mera cosa gestual. Zarina investiga durante años el campo en el que va a desarrollar su obra y la materia misma que va a constituirla. Ésta también tiene una fuerte carga política: una cruda revisión del colonialismo británico en la India y África, que si bien carece de un sesgo ideológico unívoco, sí tiene una fuerte carga humanista y de principios.
Yellow patch es la obra exhibida en De Appel Arts Centre, y es un film de media hora que produce hipnosis; es casi imposible dejar de mirar y de empatizar con lo que se está viendo. Una experiencia estética con mayúsculas.
Travellings lentos, en planos secuencia eternos, lánguidos, nos van revelando distintas imágenes en una dinámica que puede partir desde lo particular a lo general. Algunas imágenes pueden parecer una pintura abstracta; –aunque en general a Zarina se la relaciona con pintores como Friedrich o Constable-la cámara comienza en una voluta de hierro, un plano color ocre o los llenos y vacíos de un encaje blanco y etéreo, para revelarnos, por medio de un alejamiento lento y majestuoso, que en realidad se trata de la reja de una abandonada oficina de correos de Bombay, del descascaramiento en la pared de un palacio hoy devenido ruinas o de los encajes de mármol de la desfigurada estatua de la Reina Victoria de Inglaterra. Los treinta minutos pasan así, soberbios y lentísimos desplazamientos de la cámara de izquierda a derecha, de arriba hacia abajo, de adentro hacia afuera. Los close up son ya fotografías estáticas, trozos aleatorios pero fuertemente expresivos que no pierden su fuerza al convertirse en parte de un todo, cuando accedemos a ver la totalidad del paisaje. Esta operación, si bien ya muy transitada en el mundo del arte contemporáneo, que tantas veces pone la mirada en microrrelatos encontrados en partículas de lo que nos rodea (la flor esmaltada de una taza vieja, el pliegue de una media de lana), gana aquí altura, sin embargo, a causa de la fuerte carga dramática de los paisajes, objetos y arquitecturas que llenan la lente de Bhimji.
Un costado débil de la obra está dado por ciertos pasajes sonoros. Cuando se trata de la cantante sufí Abida Parveen, éstos resultan un aporte, pero cuando se trata de ciertos sonidos como el de las máquinas de escribir o los murmullos humanos en la abandonada oficina de correos, el tono de la obra cae en el filoso borde de lo obvio, corriendo el peligro de alinearse con un especial del National Geographic. No obstante, el defecto no puede con la potente narrativa visual, que termina saliendo airosa del trance.
Algo también muy interesante a destacar, es el componente conceptual y político que motiva la obra. Y la admirable investigación que la precede, a veces de años enteros, en los que Zarina recorre los lugares y sus anécdotas, visita ruinas, consulta archivos, entrevista gente, lee historia vieja y crónicas contemporáneas. La conmovedora apuesta humanista de su trabajo, su metodismo científico para investigar el campo y la materia, la infinita pasión que para ello se requiere, resultan un componente esencial y que le otorgan una trascendencia singular a su obra. Pero el mayor acierto consiste en lograr un trabajo que combina una poderosa estética y lirismo, con un sólido aparato intelectual y discursivo como punto de partida. Por lo cual la obra funciona plenamente por sí misma, toma por asalto, atrapa durante su media hora de duración. Y no a tempo video clip sino con parsimonia victoriana. Saliendo de ver la muestra, es inevitable querer saber más sobre la obra, sobre la artista, sobre las relaciones mercantiles y culturales entre India y África, sobre la dictadura de Amin en Uganda. O darle una nueva mirada al tema del colonialismo y sus múltiples pliegues sociales, psicológicos, artísticos y políticos.
La capacidad de despertar preguntas, de resignificar lugares comunes y de generar el deseo de saber mucho más sobre todo-pero sin dejar de recordarnos que la belleza y la emoción impregnan todo y ofician de amuleto a la vez que de espaldarazo- es una cualidad muy apreciable en tiempos artísticos de oferta hipertrofiada y pretenciosidad al paso.

 (Yellow patch es un film en 35mm transferido a HD, en soporte Blue-ray de alta definición y sonido Dolby 5.1. Duración: 29´43´´)
La muestra Yellow patch, de Zarina Bhimji, podrá verse hasta el 3 de febrero de 2013 en De Appel Arts Centre, Prins Hendrikkade 142, Amsterdam.

Yellow patch, Zarina Bhimji, 2011