jueves, 18 de noviembre de 2010

Mi texto del #4 de SAUNA revista de arte: "Las alas del museo. Arte y Naturaleza de alto vuelo"

El edificio

Proyectado en 1923 e iniciadas las obras en 1925, el edificio que alberga la colección del Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia fue inaugurado parcialmente en 1929 y, definitivamente, en 1937. Uno de los valores agregados más contundentes que posee es que fue concebido como espacio museal, cosa que prácticamente no ha ocurrido (ni ocurre) en nuestra historia. Es por eso que podemos darnos el gusto de encontrar aquí la amplitud espacial, la altura de los techos y la “limpieza” de los espacios expositivos adecuados para poder organizar un buen discurso museográfico. La circulación y la señalización también están optimizadas por esta condición del edificio.

Como plus artístico, muchos motivos ornamentales del interior y de la fachada son relieves escultóricos con iconografía de flora y fauna local, algunos realizados por artistas reconocidos de aquel entonces, como Alfredo Bigatti y Donato Proietto. En el interior, sobre todo en los halls de entrada o de distribución, también encontramos detalles súper llamativos: por ejemplo, la herrería de las puertas que, en estilo Art Decó, recrea dos arañas en medio de su tela; ménsulas que representan murciélagos, caracoles de tierra en la balaustrada de hierro forjado de la escalera y las dos esculturas de lechuzas que flanquean lo alto de la puerta de acceso en la fachada.

El edificio es de estilo Ecléctico, con llamadas al Renacimiento Italiano pero también al Tudor y al Academicismo Francés en la disposición espacial interna; incluye, asimismo, algunos detalles ornamentales Art Decó, ya mencionados.

Todo un símbolo de, por un lado, el cóctel cultural típico de la Argentina de primeras décadas del siglo XX, como, por otro, del entusiasmo y la fe depositada en las ciencias que reinaba por aquellos años.

El arte imita a la Naturaleza

Comenzando el recorrido por un acuario nada estimulante, se llega luego al sector de los moluscos, donde algunos colores y formas interesantes salvan el bache de un montaje algo perimido.

En la sala siguiente, las enormes osamentas de los dinosaurios legendarios, poco captan la atención, a no ser por la escala. El tratamiento de las piezas, barnizadas de un color amarillento (y algo sucias de polvo) y el hecho de estar rodeadas de anacrónicos dioramas pintados a mano (sin mucho arte, además), hace que esta muestra resulte poco atractiva. Se trata de una sala orientada más que nada al público infantil, incluso cuenta con un arenero para que los chicos jueguen entre los colosales esqueletos… (¿?)

Pero en esta misma sala podemos encontrar cosas interesantes. Fragmentos de plantas fósiles incrustadas en rocas (o madera petrificada, lo desconozco), seducen con algo de estampa japonesa y algo de las superficies arenosas de ciertas obras de Tápies. Estos restos de Prehistoria tienen una buena cuota de belleza plástica y misterio, y reivindican, además, una sala cuya ambientación pintarrajeada recuerda a un parque de diversiones de los años 70.

Sala siguiente. Pequeña, casi totalmente a oscuras, después de la abundante luz natural del sector dinosaurios. Aquí podemos encontrar una colección variadísima de estrellas de mar, crustáceos, lapas, corales y los llamados Briozoos o “animales musgo” que brilla con luz propia… bueno, y también con luz ajena. Estas piezas se encuentran embutidas dentro de prismas de acrílico coloreado translúcido, que van luego montados en paneles expositivos verticales con backlights, o sea, con luces que los iluminan desde atrás, tal como en ciertos carteles publicitarios de la calle. El efecto es de alto impacto visual, aunque creo adivinar que este montaje no es actual. Algo en las materialidades lo dice, aunque podría estar equivocado. No obstante, el efecto disco que trasmiten las formas coloreadas e iluminadas como el dance floor de “Fiebre de sábado por la noche” resulta espectacular a nivel visual y también a nivel pedagógico: no habrá chico que no recuerde durante años estas formas de vida marinas presentadas de modo tan estimulante y tan pop

En la misma línea de acierto museográfico y estético se encuentra la muestra (inaugurada parcialmente) llamada “Buenos Aires, un millón de años atrás”. Aquí, con un fondo predominante en naranja intenso e iluminación general tenue, pero puntual sobre las piezas, nos encontramos con variedad de restos fósiles de gliptodontes y megaterios, pero con la particularidad de haber sido descubiertos en nuestra ciudad durante excavaciones para, por ejemplo, la apertura de las líneas de subte o la construcción de edificios emblemáticos como el del Mercado de Abasto o el Kavanagh. Lo expuesto va desde material iconográfico de los hallazgos in situ, hasta recreaciones plásticas de un sitio arqueológico. Punto álgido de la exhibición: las increíbles texturas, repletas de poros, abultamientos y cuadriculados, de la caparazón y tubo caudal de estos antiguos mamíferos. Las asociaciones estéticas que me vienen a la mente van desde el mosaico bizantino hasta muchos detalles ornamentales de la obra de Gaudí. Es más, el cuadriculado del caparazón del gliptodonte pampeano me retrotrajo a las baldosas del Paseo de Gracia, en Barcelona, diseñadas especialmente por el genial catalán.

Vicio historicista, que le dicen…

Las alas del museo

Pero la mayor de las sorpresas estaba por llegar. Y de la mano (o del ala, mejor) de la colección taxidérmica de pájaros americanos y argentinos. Personalmente nunca fui adepto a los animales embalsamados, ni siquiera en un museo. Me dan entre oscuro laboratorio decimonónico y desprejuiciado kitsch de doña Rosa recordando a su mascota preferida. Aunque, convengamos, Damien Hirst vino a romper con todo esto… obstáculos, detracciones y polémicas mediante.

Lo cierto es que si bien nunca me atrajeron las colecciones de taxidermia, ésta de las aves americanas del Museo de Ciencias Naturales es, cómo decirlo… ¿pictórica?

En amplias vitrinas empotradas de formas planas o curvas que acompañan el formato de los muros, sobre fondos de colores pregnantes pero sin robarle protagonismo a las piezas, las más variadas especies de aves de nuestro continente nos cautivan con sus formas y plumajes de colores poderosos.

Al lado de cada una, una brevísima ficha técnica nos ofrece los datos necesarios sobre lo que estamos viendo sin caer nunca en la sobredosis de información. Asimismo, algunas breves leyendas nos regalan datos tan valiosos como, por ejemplo, el porqué de los colores de las aves y los distintos tipos de coloración y su fuente fisiológica. Bravo.

Más adelante, nos recibe un pavo real con todo el esplendor de su cola desplegada. Un cartel anuncia: Vitrina en preparación. Ni falta que hace agregar nada. La espectacularidad del plumaje de estas aves, con toda la carga cultural que tienen como sinónimo de fatuo narcisismo, no requiere de nada más. Viendo los innumerables ojos de su cola de indiscutida vedette, no puede evitarse pensar en el Art Nouveau, en cuantas veces se inspiró en ellos, partiendo desde algunos detalles de los trabajos de los Mackintosh, adalides de la Sezessionsstil (1), pasando por Otto Wagner (2) y llegando hasta Virgilio Colombo, arquitecto italiano residente en Argentina, hacedor del edificio llamado “de los pavos reales”, sobre avenida Rivadavia al 3200, en el porteño barrio de Balvanera.

Un sector de otra vitrina tiene el fondo pintado de rosa pastel. De la pared salen un par de ramas auténticas sobre las que encontramos posados cantidad de pájaros pequeños tales como churrinches, zorzales, cardenales, gorriones y otros. Es tal el efecto visual del montaje que parece un cuadro. Recordé, de pronto, algunos pintores flamencos del siglo XVII como Frans Snyders o Melchior d´Hondecoeter, y sus pinturas naturalistas de aves y de animales. Tan impregnado de arte encuentro toda esta muestra que siento una especie de orgullo de familia: los museos pueden informar, educar y estimular los sentidos al mismo tiempo, valiéndose de toda la tecnología que caracteriza este momento histórico. Pero para hacerlo es necesario tener un discurso definido y una política cultural tomada.

En la sala contigua, también en penumbras, más vitrinas con aves. Esta vez específicas de algunas regiones del país: la sabana chaqueña, lagunas pampeanas, costas patagónicas y la mismísima ciudad de Buenos Aires. Como fondo, impresionantes gigantografías de los paisajes citados, en altísima definición y montadas sobre backlights, los que nos da la alucinante sensación de “estar ahí”. Bravo otra vez. Buen lenguaje expositivo, claro criterio visual que, además de impactar, ayuda a contextualizar. Recuerdo, entonces, que hoy por hoy este museo depende exclusivamente del CONICET (3), y, si bien hay notas y trascendidos que le achacan ciertas irregularidades y desidias en cuanto a las medidas de seguridad entre otras cosas, es oportuno destacar cómo se hace evidente aquí un trabajo serio y esforzado, justamente en despojar al museo de esa “seriedad” aburrida que es su principal karma; también en actualizar su estética y su lenguaje museográfico para atraer público en lugar de eyectarlo.

Volviendo sobre mis pasos, y viendo otra vez las aves embalsamadas, vuelve a mi mente la obra de Damien Hirst relacionada justamente a las piezas de taxidermia, esa vertiente de su trabajo que confronta la Vida con la Muerte. Recordé también una nota sobre su obra en una revista de arte mexicana. En ella, la columnista contaba que a una fotógrafa conocida, la obra de Hirst le parecía mercantilista y morbosa, pero reconocía que, en un momento en que estuvo internada de urgencia en una sala de hospital, no podía dejar de recordar la imagen del tiburón flotando en formol de la obra llamada “La ira de Dios (El terror es belleza)”, unida a la idea de la frágil condición de todo lo que vive… es que así de contradictorio puede ser el arte.

La misma contradicción o paradoja que se me presenta cuando pienso que éste museo plagado de muerte, da innegables síntomas de querer vivir y estar vivo.


(1) Sezessionsstil(alemán): Estilo Secesión. Refiere a un estilo artístico gestado en Austria a fines del siglo XIX, con ciertos puntos de contacto con el Art Nouveau pero de mayor sobriedad y severidad formal.

(2) Otto Wagner(1841-1918). Arquitecto austríaco también perteneciente al movimiento Sezession.

(3) CONICET: Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, dependiente del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Presidencia de la Nación.


El Museo de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” puede visitarse todos los días (excepto algunos feriados) de 14 a 19 hs. La dirección es Av. Ángel Gallardo 470, CABA

Foto por MARIANO SOTO

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